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viernes, 18 de mayo de 2012

Mensaje desde el cariño.

Yo, José Ignacio González Herrera, he recibido a lo largo de mi vida numerosísimos motes (y habrá algunos que desconozca). Pero la gran mayoría de ellos, derivan de uno. Ya en el colegio algunos compañeros, por un malentendido de Jesús Marín (el chato, declarado públicamente como fiel seguidor de mi blog), comenzaron a llamarme “pepo”. En mi barrio, creo que desde que tengo memoria, muchos más parecidos a éste: “pepote”, “capote”, “pepona”, “pon”… También en mi club me conocían por “pon” y por “peipón”. Todavía en el instituto me conocían por “pepo” y en la universidad pocos me conocen por un nombre diferente a José Ignacio.

Bueno, como decía, todos estos nombres tienen un origen y tras éste hay una persona. Una persona que lo empleaba frecuentemente y me decía “pepón”. Aunque también creo recordar que el nombre surge de la figura del tan entrañado por todos sus conocidos Salvador Bustamante. 

También fue esta persona la que una navidad convidó a todos los niños del barrio a chucherías y refrescos, compró petardos, la que tenía gran maña con cualquier aparato electrónico que se le cruzara, que por la tarde nos contaba chistes, una persona cuyo ingenio superaba cualquier límite: montó en una moto conducida por un volante de coche (no sé si lo más meritorio es que la condujera o que aquel “invento” lo hubiera hecho él mismo).

Pero lo más importante, quizás, además de estas anécdotas, son los momentos que a lo largo de la vida nos hemos divertido con él, sin lugar a dudas, lo hemos pasado bien. Ha estado muy pegado a los niños del barrio, nos ha visto crecer.

Hace 20 minutos, solté los apuntes al sonido de una llamada telefónica. Sabía que era mi madre. Había sido extraño que no me llamara justo después de haberle dado el toque. Yo no sabía dónde había estado. Cuando me lo dijo, me cuadró todo.

La pasada madrugada apenas había dormido. A pesar de que me acosté a las doce, eran las cinco y todavía 
estaba en vela.  Miré a la ventana, y una delgada figura se me apareció. Lejos de asustarme, la imagen me daba tranquilidad.

Cuando mi madre me contó donde había estado, visioné al instante quien era aquella figura, que esa noche había recorrido la península para venir hasta La Coruña.  Después de un rato dando vueltas en la habitación, visioné esa misma figura en Málaga acompañando al que él conocía como “rafalín”.  Luego se pasó por Sevilla para ver a “jesusito” y al “riki”. Después, como no, se detuvo un rato grande en Córdoba con “salvi” . Pero, incluso, fue más allá llegando hasta a Alemania para ver al “peña”...seguro que hizo muchas más visitas. Después de este trayecto fue al barrio, éste le abrió sus brazos, una vez allí, Javi, decidió parar para hacerse eterno en el camino de todos y cada uno de sus vecinos.  

martes, 8 de mayo de 2012

Recuperando mi blog...


Después de un tiempo sin escribir, ya llega el momento de retomar la palabra perdida. La semana santa fue tan rápida que me pareció un espejismo. En Málaga con mi colega Rafalín y acompañantes, después en Écija con familia y amigos. Todo pasó rápido pero lo aproveché. En mi vuelta a tierras galegas, todavía en semana santa, hice un viaje maravilloso por la Costa da morte con el grupo de los séneca. También fui a la afamada playa de las catedrales un día de marea baja y a la también popular semana santa de Viveiro.
  
Ahora llegó el momento de ponerse un poco las pilas. Pronto llegaron algunos exámenes y como siempre se me fue un poco la cabeza. Pero ya voy afianzándome poco a poco. A retomar la tranquilidad que Galicia me está enseñando.

Aquí, la vida, al igual que hizo Steve Jobs en un famoso discurso, me ha hecho ver lo importante que es la idea de que un día se muere para que marquemos los pasos en el presente. Así si algo te agobía especialmente, malo será, que lo que tenga que pasar pase porque mañana volverá a amanecer. Eso sí, malo será si pudiste hacer algo por aquello que deseas y no lo hiciste. El intento es la clave del descubrimiento: prueba y error. En fin Serafín, a seguir intentando buscar una vereda, aunque pueda equivocarme, pero que sea la mía verdadera.